Por qué Borges odiaba el fútbol


Hay quienes relacionan el desprecio de Jorge Luis Borges por el fútbol con su cercanía con Rudyard Kipling. Críticos y estudiosos han dedicado cientos de horas a explorar la relación entre el inglés y el argentino y el tema del fútbol no ha quedado afuera. Kipling fue, como lo reseñaba Hernán Brienza, en un artículo de 2006 en la revista Ñ, del diario Clarín, el primer intelectual que atacó el juego de pelota inventado por los ingleses: “la mala relación entre fútbol y literatura –dice la nota de Brienza– se inició en 1880 cuando el escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció a ese deporte y a «las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan»”.

El caso es que la obra de Kipling cumplía un papel totémico en Borges. En el prólogo de “El informe de Brodie” (1974) un viejo Borges se reconoce como un imitador del gran y muy joven narrador nacido en India cuando era colonia británica: “alguna vez pensé que lo que ha concebido y ejecutado un muchacho genial puede ser imitado sin inmodestia por un  hombre en los lindes de la vejez, que conoce el oficio”. Ese Borges, entregado a Kipling, fue quien ironizó del fútbol. Y no siempre por escrito. Las palabras más contundentes de Borges contra el fútbol están en el libro El humor de Borges, del periodista y poeta argentino Roberto Alifano, quien fue amigo cercano, asistente y amanuense de Borges.

Es un trabajo que muestra a ese Borges narrativo, el que hablaba, que era tan maravilloso como el que escribía. El apartado, que originalmente apareció en el periódico La Razón, en 1978, cuenta que en los días previos al mundial en Argentina, mientras caminaban por el barrio Núñez (el mismo de River Plate), ocurrió la reveladora charla sobre fútbol. Ese día Borges pronunció una de sus más citadas frases contra el fútbol: “Son, creo que once jugadores que corren detrás de una pelota para tratar de meterla en un arco. Algo absurdo, pueril, y esa calamidad, esta estupidez, apasiona a la gente. A mí me parece ridículo”. “Sin embargo es el deporte más popular”, lo interrumpo Alifano. “Y, sí, porque la estupidez es una cosa popular”.

En otro momento de la charla hablan del hecho de que Kipling también despreciara el fútbol: “Kipling era un poeta, un hombre muy fino, partidario del imperio, ¿cómo no iba a resignarse a esa miseria?”. Y Borges recuerda uno de los detalles definitivos cuando se busca el origen del fútbol: “Shakespeare en el Rey Lear al hablar de fútbol, habla mal, por supuesto. “Los viles (o plebeyos) jugadores de fútbol”, dice Shakespeare”. Cuenta la historia que luego se convirtió en leyenda que el día que se jugó la final de la copa mundo de 1978, no muy lejos del estadio del barrio Núñez, y de manera simultánea, Borges dictó una conferencia sobre filosofía holandesa. Un mes después de ese partido (que, como se sabe, le ganó Argentina a Holanda) el diario Clarín reunió al escritor y a Cesar Luis Menotti, el técnico campeón, en una charla que reposa en los archivos y las hemerotecas.

“No quiero que lo tome a mal –se anticipó Menotti–, pero me llamó la atención leer en los diarios declaraciones suyas respecto a que el fútbol era un deporte de imbéciles”. Borges le respondió: “Yo nunca dije eso. Lo que yo dije fue que tuvo excesiva importancia un juego que a mí me parece frívolo. Me suena rarísimo escuchar de la gente frases como: “Hemos vencido a Holanda”. No hemos tomado Rotterdam ni Ámsterdam, ninguna cosa patrimonio de ellos. Simplemente, once jugadores, de los cuales uno fue traído expresamente de España, les ganaron a otros once. Entonces pienso: ¿qué importancia puede tener eso? Ya Aristóteles decía que era una metáfora decir que Grecia había vencido a Persia”.

Menotti le dijo que en eso coincidían pero le enrostró al intelectual que quizá, en el fondo, ocurría que no entendía el juego. Borges volvió a responder: “Por supuesto. Supongamos que los jugadores argentinos hubieran resultado derrotados: ¿en qué hubiera incidido sobre nuestro estilo personal? Pienso que la única verdad es esta: todos hablan de fútbol y pocos lo entienden en forma concreta. Entonces hacen de un triunfo o una derrota una cosa de muerte.

– ¿Qué explicación le puede dar a ese fenómeno?–, le insistió Menotti.

– Que la gente vive frágilmente y, ayudada por la prensa, la radio y la televisión, quedó como alucinada–, concluyó Borges.

Esa respuesta de Borges tiene la misma tesis del único texto que, a pesar de su aversión, le dedicó al fútbol. Lo hizo al lado de Adolfo Bioy Casares, y firmó como el personaje que inventaron para hacer distintos juegos literarios: H. Bustos Domecq. El relato, titulado “Esse est percipi”, en latín, que traduce algo así como “Existir es ser percibido”, apareció en 1967 en el volumen “Crónicas de Bustos Domecq”. Roberto Fontanarrosa, el gran narrador del fútbol, lo desenterró de los archivos y lo incluyó en una antología llamada “Cuentos del fútbol argentino”, publicada en 2003. La historia de Borges y Casares habla de un partido en el monumental de River. Y lo importante –claro– no es el partido sino que el locutor es un fabulador: inventa una realidad que no existe. Es decir, el fútbol no existe: es solo una ficción de los locutores y periodistas. Una simulación, una puesta en escena.

La historia inicia cuando un “viejo turista de la zona de Nuñez y aledaños”, notó que no estaba en su lugar de siempre el monumental estadio de River. “Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras”. Cuando Bustos Domecq acude a esa entrevista, a su interlocutor se le escapa una frase que resulta reveladora. “Diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta: -Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres”.

Y esa confesión deriva en un desenlace que, según el relato, desenmascara la gran farsa: “No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.

La charla de Borges con Alifano termina con una referencia a Sabato, quien criticó a la dictadura por los onerosos gastos, a propósito del mundial: Borges se muestra preocupado, pues su declaración puede ponerlo en riesgo. Y es que ese mundial de 1978 tendrá siempre la presunta mancha de las injerencias de la dictadura. En ese contexto, el relato de Borges –escrito 11 años antes de la copa mundo– adquiere tintes proféticos: el fútbol como la gran ficción.

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