Alberto Duque López (1936 – 2010)

Aparecía con su humanidad descomunal por entre monitores y módulos de oficina: maletín y una bolsita en la mano. Saludaba amable y se acomodaba en su puesto: dos escritorios en ele con varias torres muy altas de papeles que conocía de memoria y de donde sacaba, cuando era necesario y buscando poco, ahora una diapositiva de Jilianne Moore, ahora una foto vieja de Herman J. Mankiewicz, ahora un libro de Julio Cortázar. Los demás, los que cada mañana llegábamos después de él a ocupar los escritorios de la redacción de Tiempos del Mundo, lo descubríamos por el sonido brillante e inconfundible de la bolsa: Alberto Duque ya sacaba una de las dos Quatro, frías y en lata, y ya daba cuenta de algún buen pandebono o de una arepa de Tatis. De ahí, de ese cubículo de papeles, fotos de actores, libros y gaseosa, nadie lo sacaba en las siguientes horas. Le salían naturales y a una velocidad inverosímil las notas y recuadros para llenar tres o cuatro páginas de la sección de “Arte y cultura” que tenía a su cargo. Sin dramatismo ni preámbulos era capaz de llenar una y mil páginas con textos de buena factura. Terminaba la faena, al filo de la una, y volvía a salir en silencio. No recuerdo qué hablamos la primera vez pero tengo claro el viaje inmediato a la niñez por cuenta de su voz de radio. Cuando descubrí su nombre en los libros de crítica literaria, donde lo postulan como uno de los precursores de la novela postmoderna en Colombia, entendí un poco el origen de sus títulos lúcidos y sus referencias insospechadas. Cuando vi cómo lo trataban en el Festival de Cine de Cartagena, o en las oficinas de las distribuidoras donde a las diez de la mañana les proyectan películas a periodistas, confirmé que más que un nombre sólido en tapas y letras de molde, había hecho un camino donde todos lo querían y respetaban. Nunca le vi en poses intelectuales ni en grandes e innecesarias disertaciones sobre películas o libros. Sólo soltaba el dato preciso o la fecha exacta¬. Y escribía. Los años que trabajamos juntos se nos fueron en ir a comer costeño donde Yiya; en discutir por qué los fríjoles del Portal de la Antigua son únicos; en reírnos por cuenta de su humor sutil; y en que, de cuando en cuando, sobre en mi escritorio apareciera de regalo una Quatro fría y en lata.

Algunas novelas de Alberto Duque López:

“Nueva historia de Mateo el Flautista: según la versión de su hermano Juan Sebastián y las memorias de Ana Magdalena”. Bogotá: Ediciones Lerner, 1968.

“Mi revólver es más largo que el tuyo”. Bogotá: Colcultura, 1977.

“El pez en el espejo”. Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1984.

“Alejandra”. Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1988.

“Muriel, mi amor”. Bogotá: Intermedio Editores, 1995.

Julio 16 de 2010

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