El día que Cepeda encontró al mejor Garrincha

Un gran narrador y un gran futbolista, que además es un personaje de la literatura, coinciden en una mesa de bar. Ocurrió en Barranquilla en septiembre de 1968 cuando Álvaro Cepeda Samudio le hizo un reportaje a Garrincha. El inverosímil Manoel Dos Santos, puntero brasileño, había llegado, días atrás, para integrarse a Junior, en una transacción que parecería una ficción en esa y en cualquier época. Venía de jugar dos años en el Corinthians, después de una historia maravillosa en el Botafogo de su alma, y ya dos veces campeón del mundo con la camiseta de su país (1958, 1962). Con esas medallas en la chaqueta llegó Garrincha a jugar a Junior.

Dice Daniel Samper Pizano, en el prólogo de “Antología Álvaro Cepeda Samudio”, que publicó el Instituto Colombiano de Cultura, en 1977, que se trata de una pieza magistral de captación y transmisión de la esencia de la personalidad del entrevistado. Cuenta Samper que, una vez salió publicado, llegaron al periódico varias notas de felicitación para el escritor, quien las desechó todas y sólo conservó una, firmada por los jugadores y el entrenador del Cúcuta Deportivo.

La primera línea del reportaje es una contundente solución al mito del inicio: muchos escritores y periodistas cuentan que hallar la primera línea es algo así como un ejercicio místico que demanda dolores y mucho trabajo. Cepeda abre con una pregunta: “¿Es que a usted ya no le interesa el fútbol?”. Y antes de la respuesta incluye una descripción con aires de cinematografía que marca el tono y la profundidad de toda la pieza: “El rostro abotagado de Manoel Dos Santos, taciturno, sin expresión…”

Y en adelante, como ocurre con el periodismo trascendente, hay una gran tensión entre lo que se cuenta y “cómo” se cuenta. Cepeda lograr mostrar a un Garrincha noble y de reflexiones memorables y asombrosas. De allí aquella célebre y reveladora frase: “los jugadores profesionales no somos más que payasos: salimos al campo a divertir a un público que paga por vernos ganar o vernos perder: al igual que los payasos en el circo, nos aplauden si lo hacemos bien y nos insultan si lo hacemos mal, pero de ambas maneras los estamos divirtiendo”. Y así, línea tras línea, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos redefine su profesión; cuestiona la imagen de dioses de sus colegas, “no somos reyes”, en referencia a Pelé; pone en duda a los dirigentes, la prensa y hace un poético autorretrato: el Garrincha es un pájaro que no es fino, no hace nada y solo es muy veloz.

El final de la historia de Garrincha con el Junior es también una pieza de literatura. Jugó solo un partido (ante Santa Fe, en el estadio Romelio Martínez, derrota del Junior 2-3). Su presencia en la ciudad fue titular de primera página –en la prensa local, la de Brasil y la del mundo– sobre todo por su relación con la mujer por la que dejó a su esposa: la actriz Elsa Soares. De ella habla con Cepeda en el reportaje: es la conversación del cierre y Cepeda se vale de ese momento para –otra vez– proponer una deconstrucción de género: acaba pero para empezar otra historia tácita, que en todo caso queda abierta. Es un gesto propio de la novela: “¿Cree que usted y Elsa ayuden a vender periódicos en Colombia?”. “No sé. ¿Usted qué dice?”. “Creo que no. Sigamos hablando de Elsa”.

Cuenta el periodista Estewil Quesada, en una nota de El Tiempo de agosto de 2013, que la entrevista para el histórico reportaje ocurrió en un estadero llamado “La Tiendecita”, botella de licor en el medio, como lo registra una foto que existe en la que también aparecen “el directivo Guillermo Marín y el futbolista Ayrton”, dice Quesada y apunta que la fecha exacta de publicación fue el viernes 6 de septiembre de aquel 1968, en simultánea en El Tiempo y Diario del Caribe, y que Garrincha se levantó de esa mesa del bar y dijo: «Me voy pero regreso al Junior». Nunca volvió.

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