Sacheri es amor redondo

La anécdota está narrada en el prólogo de una de las primeras ediciones de Esperándolo a Tito, el libro de cuentos de Eduardo Sacheri. Alejandro Apo, el hombre que lee cuentos de fútbol en la radio de Argentina (el programa, “Todo con afecto”), cuenta que un día le llegó un sobre con tres manuscritos. El remitente, un profesor de historia. En la bolsa estaban tres relatos «Me van a tener que disculpar», «Esperándolo a Tito» y «De chilena». Un sábado cualquiera de aquel 1996 Apo eligió el primero en ese orden. Era un cuento sobre Maradona: la voz del hincha que le declara el amor profundo y sin condiciones al Diez, en una muestra que busca retribuir lo que Diego hizo en aquel partido contra los ingleses en 1986. Me van a tener que disculpar, dice el autor, porque se siente incapaz de juzgarlo. Cuenta Apo que los oyentes llamaron a la emisora: “Ese Sacheri es un fenómeno”, dice que dijo la gente.

Con ese debut los otros dos cuentos tuvieron asegurado el espacio en los fines de semana siguientes. Después el turno para la historia de Tito. Dice Apo –quien lleva décadas en ese ejercicio, y quien ha leído al aire a Benedetti, Fontanarrosa, Soriano o a García Márquez–, que por primera vez desde que se sienta en una cabina para narrar la llamada literatura de pelota, tuvo que parar. “El cuento había conseguido que evocara a mi viejo y a mis hermanos, sobre todo a ese que está lejos y con el que jugábamos al fútbol”.

Apo quedó atrapado en las redes que, quizá, resumen también uno de los principales gestos de la literatura sobre fútbol en Sacheri: la profunda conexión con la nostalgia. Porque la pelota es solo una disculpa. Sus cuentos, que en la librería siempre están en el estante de fútbol, suelen marcar rumbos inciertos que a veces solo pasan, o a veces llegan, a los asuntos de la cancha y los jugadores. Literatura de fútbol que no es solo fútbol. Y cumple entonces aquello de que el partido es una metáfora de la vida. Luego el cuento sobre ese partido es también una representación de algo más grande.

Los ejemplos están, de distinta forma, en aquellos textos de Sacheri en los que, a fuerza de insistir, ha hecho su voz canónica, compleja. Pongamos por caso “De chilena”, el otro relato que estaba en el sobre: un par de amigos, en la puerta de un quirófano, descubren que la esperanza es un simil de aquel partido que ganaron en la infancia. O “Un viejo que se ponía de pie”, de varios años después, que le da título a otra de las antologías, donde una disertación literaria, que incluye reflexiones sobre las voces narrativas y la estrategia para contar el cuento, deriva en una inmensa tragedia personal (la pérdida de un hijo) y luego al fin en la cancha donde ese gesto: el hombre que se pone de pie, adquiere dimensión poética y significativa.

La declaración de principios, la gesta en la cancha del barrio. Pero siempre la misma búsqueda: el fútbol de abajo, la cancha con una sola tribuna, el hombre pegado al alambrado, el “sueño de los pibes” que patean la pelota. El fútbol como literatura. Y no como un simple protagonista. Pero los partidos son azarosos y largos. Y a veces la pelota pica por donde no se espera, como decía Camus. Por eso, quizá, dos de las escenas más conocidas de Sacheri sobre fútbol no están en sus libros: las escribió para el cine.

Habían pasado cinco años desde que envió los cuentos a la radio, y desde que esa anécdota al fin se convirtió en su primer libro, y se propuso escribir una novela. Una de sus ideas, además del proyecto capital que es toda novela,  era “desmarcarse” un poco de la imagen de autor futbolero (sus otros dos volúmenes, hasta ese momento: Te conozco Mendizábal y otros cuentos, 2001; Lo raro empezó después y otros cuentos, 2003). Cuando concibió La pregunta de sus ojos canceló toda relación con la pelota. Solo cedió a la tentación de hacer una mención a Racing: justo él, un hincha de Independiente, en una tentación relacionada con Racing.

Es una historia de corte judicial: Benjamín Chaparro, empleado de los tribunales y en la puerta de la jubilación, decide desempolvar un caso con la idea de hacer una novela. Resulta inevitable que el expediente reviva y le explote en su vida madura, donde además hay un amor inconcluso. Apenas la novela estuvo en las librerías, Sacheri recibió una llamada de Campanella. Le contó que era su lector y le anunció que iba a empezar a macerar una historia para cine con ese nuevo libro. Un año después se sentaron a escribir el guion juntos. Para sorpresa del escritor, el director le pidió más presencia de fútbol en la versión de cine, según le contó Sacheri a Olé. Entonces el fútbol, como ocurre en los cuentos, entró no como asunto principal pero sí como uno de los más significativos.

Benjamín Espósito (así pasa a llamarse Chaparro en la versión de cine, lo interpreta Ricardo Darín) se encuentra con Pablo Sandoval (Guillermo Francella) en un café. Enfrentan el intenso dilema de no encontrar al sospechoso. Sandoval vislumbra un camino cuando medita sobre la pasión y por eso busca, en el mismo bar, a varios veteranos hinchas que suelen estar en la barra. Les lee algunas cartas que escribió el sospechoso, y que reposan en el expediente: allí hay algunas metáforas vagas, con apenas un apellido. Los viejos memoriosos recitan emocionados los nombres de esos apellidos y sus rasgos futboleros más significativos. “Juan Carlos Oleniak: debutó en Racing en el año 60. En el 62 pasó a Argentinos Junior. En el 63 volvió a Racing. En un clásico con San Lorenzo le dieron un empujón que lo mandó de cabeza al foso. Salió todo empapado”.

Y así, jugador por jugador, hasta que Sandoval lanza una de las frases memorables de la película: “te das cuenta, Benjamín: el tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión”. Lo que sigue es lo que fue calificado como una de las mejores escenas sobre fútbol que jamás se ha filmado. Una cámara aérea sobre el reverberante estadio de Huracán, juegan el Globo y Racing, desciende sin cortes sobre la cancha, en donde ocurre un palo emocionante, y luego sobre la tribuna popular, donde buscan al sospechoso. El libro hecho guion se ganó el premio Oscar.

Ya no hubo paso atrás. Sacheri se graduó como el autor del fútbol. Luego, aunque no necesitaba confirmarlo, dedicó una novela entera al tema: Papeles en el viento. La diégesis sobre la que está montada es de un ingenio propio del volante diez: un hombre que acaba de morir les deja un complejo lío sus amigos y familiares. El dinero de toda su vida lo invirtió en el pase de un jugador. El problema es que el pibe no tiene las condiciones que se esperaba: es un delantero que no hace goles. La gran valorización, y el respectivo millonario rendimiento, quedan en serias dudas.

Ese dilema, que es muy serio e intrigante para el lector y personajes, no es el único elemento. La novela adquiere un tono inolvidable en torno a la amistad y al barrio. Y a veces, también, hasta en los terrenos de la denuncia: el concepto del mercado de jugadores, los pases multimillonarios, los niños sin infancia y luego jóvenes sin juventud por entregarse al balón, quedan en escena. Y otra vez la costumbre irremediable de hacer escenas inmensas: los jugadores, en una fila larga, avanzan hacia la ventanilla para reclamar su boleta de libertad.

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