Nuevo libro de Panamericana Editorial sobre la vida de uno de los genios del cine.
Fragmento:
Mañana llega Orson Welles a Bogotá. Noticia de primera página. Si se desdobla y se extiende la sábana que rebosa tinta negra, se ve que es uno de los 14 hechos titulados aquel miércoles 12 de agosto. Y quizá es uno de los más relevantes pues solo tres noticias ese día incluyen fotografía. En la imagen, el joven Orson mira de frente y sonríe. Han pasado 16 meses y 18 días desde que estrenó en Nueva York Ciudadano Kane y conserva intactas la juventud, la sonrisa y el triunfo.
El jueves, entonces, estará Orson en Bogotá. Quizá saldrá en uno de los taxis Pontiac Torpedo del aeropuerto de Techo. Dirá que al hotel Atlántico, al Granada, al Regina. Seis meses en Brasil, donde acaba de filmar uno de los fragmentos de It’s all true —Jangadeiros, aquel que de una manera inesperada e inexplicable, terminó en tragedia—, semanas en Lima y Buenos Aires, quizá le den para preguntarle al taxista por los teatros y los cines, y oirá sin entender mucho del Imperio, por el lado de Lourdes; y el San Jorge, doctor, sillas en cuero, puro lujo para ver películas.
El mundo está en guerra. Por eso en aquel ejemplar de El Tiempo también están los sangrientos choques entre trabajadores de la industria bélica en Bombay y Nueva Delhi. O el hundimiento de la goleta colombiana Roamar, en el Atlántico, en medio de un bombardeo del Ejército Nazi. El inminente ataque de Japón en Siberia, del que “solo pueden hacerse conjeturas sobre las intenciones de los japoneses que pueden tener otros planes, como un ataque sobre la India”. Y está la escasez en Norteamérica de materias primas para la industria de la guerra porque, dice el despacho de la United Press, Estados Unidos analiza estrategias para producir más aeroplanos.
Orson en Bogotá, que según se verá años después es un asunto de la misma guerra. Y algunos sucesos locales: “La avenida Francisco de Miranda es una de las mejores de Bogotá”; de la política: “Gran reunión verificó anoche los conservadores independientes”, y 13 avisos de publicidad que ofrecen driles Coltejer, locales en arriendo, lotes a la venta y misas de réquiem.
Aquí la Calle Real y por acá, seguro le suena familiar, Señor, la droguería Nueva York.
Pero nadie en el aeropuerto de Techo ni en la Avenida Colón ni en los hoteles del centro. Nadie, humanidad descomunal, pipa de madera en la boca, que avanza por pasillos y salas de espera. Orson Welles nunca llegó a Bogotá y ese misterio, décadas después, sería de epifanía y revelación para novelistas y contadores de mitos urbanos.