Camus lo dijo en 1957

Ya se sabe de memoria. Los que creen que algo tiene que ver el fútbol, los libros y la vida, podrían recitar aquel artículo que escribió Albert Camus en 1957 para la revista France Fútbol. Lo tituló: “Lo que le debo al fútbol”. Es una nota corta, unos cuantos párrafos, suficiente para recordar por qué, de muchas formas, el fútbol es una metáfora de la vida; un juego que puede explicar la existencia: es decir, una filosofía. “Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la canilla de un centro forward visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga”.

Y desde esa metáfora un poco abierta con aquella de que la pelota  llega por donde no se espera, hasta aquella frase, al final del escrito, que en las últimas décadas ha sido citada una y muchas veces para enaltecer el fútbol: “Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA, no puede morir. Preservémoslo”.

Camus fue un filósofo inmenso, además de novelista, dramaturgo, Nobel de literatura y un hombre de una altura intelectual inmensa. Le hizo un gran favor al fútbol al jugarlo, como portero, y luego al dedicarle algunas frases y guiños de homenaje. Y no solo escribió de fútbol en ese artículo. Fue uno de los primeros autores en permitir que elementos del balón y la cancha permearan su obra de ficción, quizá con la intención de darle rasgos definidos a ciertos personajes o descripciones precisas de algunas situaciones.

Ocurre en la novela La Peste (en El extranjero, la novela del inicio alucinante: “Hoy murió mi madre. O ayer. No lo sé”, no menciona ni una sola vez al fútbol). En esta obra, considerada uno de los portentos literarios del siglo XX, hay bellas referencias a la pelota. Por ejemplo, a través del personaje: español, futbolista, de apellido González, quien tiene cabeza de caballo. González es contactado por Rambert, el periodista, para poder visitar los campos donde aíslan a los enfermos. En el primer encuentro, tras hablar de la estrategia que utilizarán con los guardias, se quedan sin tema y la pelota sale a cuento. Hablan entonces del campeonato de Francia, del valor de los equipos profesionales ingleses y de la táctica en W.

“Al final de la comida, el caballo se había animado enteramente y tuteaba a Rambert para persuadirle de que no había mejor puesto en un equipo que el de medio centro. «Comprendes -le decía-, el medio centro es el que distribuye el juego. Y distribuir el juego es todo el fútbol.» Rambert era de esa opinión aunque él hubiera jugado siempre de centro delantero. La discusión fue interrumpida por una radio que después de haber machacado melodías sentimentales, de sordina, anunciaba que la víspera la peste había hecho ciento treinta y siete víctimas”.

Algunas páginas más adelante la novela cuenta que en el estadio municipal d Orán, la ciudad que padece La Peste, fue instalado uno de los campos de aislamiento para los enfermos por la epidemia. El cronista da cuenta de un cuaderno donde narran la visita a ese sitio. Tarrou, Rambert y González deciden ir al estadio, precisamente, un domingo por la tarde. El futbolista mira con nostalgia el cielo fresco y recuerda que es el más propicio para los partidos de fútbol. Y entonces el personaje (o mejor dicho, Camus) cae en una trampa de la nostalgia y describe el ambiente de los partidos: “Empezó a evocar a su modo el olor de la embrocación de los vestuarios, las tribunas atestadas, las camisetas de colores vivos sobre el terreno amarillento, las limonadas de la primavera y las gaseosas del verano que pican en la garganta reseca con mil agujas refrescantes”.

Mientras los personajes avanzan por la calle, el futbolista González tiene el comportamiento arquetípico del aficionado al fútbol, quien no deja atrás su pasión en ningún momento, ni en los más aciagos escenarios como una ciudad sumida en la enfermedad y la desesperanza. “Tarrou notó también que durante todo el trayecto, a través de las calles del barrio llenas de baches, el jugador no dejaba de dar patadas a todas las piedras que encontraba. Procuraba lanzarlas bien dirigidas a las bocas de las alcantarillas y si acertaba decía: «uno a cero». Cuando terminaba un cigarro, escupía la colilla hacia delante e intentaba darle con el pie. Cerca ya del estadio, unos niños que estaban jugando tiraron una pelota hacia el grupo que pasaba y González se apresuró a devolverla con precisión”.

Una tuberculosis alejó a Camus del fútbol, justo cuando ya iba en el Racing Universitario de Argel (RUA): por eso su famoso artículo inicia con la frase: “Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou”.

El paso por ese Racing hizo que Camus, en adelante, se enamorara de todos los Racing que conoció, incluido el de Francia y el de Argentina. Murió muy joven, 46 años, víctima de un accidente de tránsito. Quizá habría vivido unos años más, y habría presenciado el inicio de la metamorfosis del fútbol a lo que hoy es, donde –además del juego– prima el negocio, el mercadeo y los traspasos multimillonarios.  No lo vio, pero dejó su frase, acerca de moral y de las obligaciones, que ahora suena a reclamo premonitoria.