Quizá lo menos importante que hizo Roberto Jorge Santoro sean sus versos sobre fútbol. Puede que lo menos relevante en torno al poeta sea su amor por Racing. Quizá a esta altura a muy pocos les interese esa medalla de pionero en entender por qué el fútbol, además de goles y pasiones, es un tema de la literatura. Porque decir Santoro es hablar de poesía comprometida. De causa, dictadura y mártir. Es hablar de un carro que llega y los militares que se bajan, se acercan y lanzan el temido “tiene que acompañarnos”. Ocurrió el 1 de junio de 1977. El poeta Santoro llegaba a su trabajo, en la Escuela Nacional de Educación Técnica No. 25, “Teniente Primero de Artillería Fray Luis Beltrán», calle Saavedra del barrio de Once, y lo desaparecieron. Así de tajante, doloroso y poco poético.
Pero, quizás, por eso que llaman licencia poética, el símbolo de la barbarie y la injusticia no deja en el olvido que fue, también, el poeta de las cosas sencillas y la vida de cada día. De la lucha diaria y esa suerte de recompensa –o dolor añadido– que resulta ser el partido del domingo. El poeta de Buenos Aires, al fin, y de lo que allí se respira: es decir, del fútbol. Un día, dicen que fue por el año 1973, se presentó por escrito y soltó aquella descripción que hoy todavía se repasa en salones y bares, con una guitarra de fondo: “sangre grupo A, factor RH negativo, 34 años, 12 horas diarias a la búsqueda castradora, inhumana, del sueldo que no alcanza. Dos empleos, escritor surrealista, es decir, realista del sur. Vivo en una pieza. Hijo de obreros, tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca”.
Cumplió lo de no tener candado en la boca en su emblemática revista Barrilete, donde en apenas un puñado de números –llenos de voces sonantes–, quizá, el máximo legado es no dejar dudas que el arte está en la vida diaria; que, digamos, el tango es la poesía misma y –sobre todo– que dentro de eso que se llama versos y literatura palpita el fútbol. En 1971 convocó y editó el primer volumen de un estilo: Literatura de la pelota (Editorial Papeles de Buenos Aires). Es la primera antología de la que se tenga noticia en el continente e hizo un preciso corte de cuentas. Santoro se fue por las bibliotecas y los rincones donde existiera un libro y los juntó a todos. De Sabato a Borges. De Homero Manzi, a Raúl Scalabrini Ortiz, Horacio Quiroga, o Juan Gelman. Todo lo que ocurrió en su país y en el continente, en materia de fútbol por escrito, simplemente ocurrió después.
El homenaje a un half back, por Horacio Quiroga; la descarga contra un árbitro, por Fortunato Andreuchi; la oda a Racing –que no podía faltar–, por José Di Francesco; un córner, por Bernardo Canal; o simplemente El fútbol, por Santoro, en aquellos versos que suelen ser repetidos sin pausa en cada rincón donde alguien diga que el fútbol es un poema: “Bailarín / con un pie mareador / silbador / quien lo ve / toca de a poco / en caricia / le pone al cuerpo ballet / levanta el balón / lo empuja / lo resbala / lo mima con una gana / lo enrolla con otro pie / le da una vuelta / en el aire / de taco / que ni se ve / la vuelve / le cae al pecho / que para / cae / resbala / su pierna / de forma rara / la hace morir en el pie” (…)
En 1996 la revista La Maga le dedicó una edición especial a Santoro, en la segunda página su poema “Fútbol” y de ahí en adelante todos los casos de escritores tentados por la pelota. En 2007, 37 años después de que los militares llegaran por él a la escuela, el libro regresó a las calles: bajo el sello de Ediciones Lea, con la gestión de Alejandro Apo, el periodista de la voz rotunda que lee cuentos e historias de fútbol en radio –y que en esos días confesó que lo hace, precisamente, inspirado por el libro de Santoro–, y una pintura de Pedro Gaeta en la tapa. Prólogo de homenaje por Apo y un estudio preliminar de Lilian Garrido, quien en aquel 2007, el día del relanzamiento, tocó en corto con Juan José Panno y Carlos Ferreira para recordar a Santoro.
Lo que dijeron en la sala apareció después en la nota que le dedicó al libro Página 12. Primero Garrido, quien propuso que en ese libro está todo Santoro: el futbolero, el investigador, el poeta, el editor, el conocedor y amante y divulgador de la cultura popular ciudadana. Luego Ferreira quien postuló que “en la estética de Literatura de la pelota está la idea de que la poesía está en la calle y hay que ponerla en la calle, pero la palabra de Roberto como poeta no puede quedar escondida detrás de este libro.”. Y finalmente Panno, quien revivió al Santoro que, además de poesía, cantaba como un hincha más los versos de tribuna: “yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con be: ¡Boyé!”.