Supongamos que una mujer se atreve a recortar la foto de un futbolista y a guardarla en su cofre de esquelas. Supongamos que un niño cambia laminitas con fotografías de jugadores para pegarlas en un álbum. Supongamos que te hablan en aquella segunda persona de las cartas y los reclamos o que es una primera voz que te dice “yo soy Rivelino, lástima que con la izquierda no sepa casi ni caminar. Y tú, ah, claro, Pelé”. Supongamos que alguien se rebela, que decide decirlo como no se dice, contarlo como no se cuenta. Supongamos que el perdedor es su universo, como dijo Aute de Sabina.
Un día, Araújo Vélez se bajó del bus que iba hacia un lugar común. Fue hace 25 o 30 años. Sin Tuiter ni Facebook. Sin páginas web. Y como suele haber una cinta de Möbius en las revoluciones que lo son, precisamente, porque permanecen y, precisamente, permanecen porque son revoluciones; hoy se puede decir que su gran mérito, más allá de inicios memorables y personajes y frases que quedan y voces narrativas; su gran mérito es un empeño a toda prueba que no lo deja parar.
Todavía cuenta. Y lo hace a pesar de las formas, los expertos, los que hacen los estudios de mercado y los gerentes. (Ya no solo en las páginas deportivas, en una columna o blog o carta o texto animado que se llama El Caminante, en El Espectador).
Aquella vieja columna se llamaba “Solo para locos” (¿estará alguien en una hemeroteca con la revista abierta, repasando el título de colores?). Un poco Charly García. Un poco Roberto Arlt. Y allí ocurría lo de la señora, los niños con el álbum o cualquier diatriba o monólogo sobre fútbol. Fue la separata con la que la revista Cromos le hizo ambiente el Mundial de 1994. Un repaso por la historia de los mundiales pero no por las gambetas y goles, sino por las historias, los héroes, los villanos, los dictadores que a veces les da por mover los hilos del fútbol: Obdulio Varela, Luis Monti, Diego Maradona, Benito Mussolini.
Pero como suele pasar que el cómo arrastra al qué, en 1995 escribió Pena máxima. Aquel duro ajuste de cuentas. Aquel que llega, en medio de la fiesta, enciende la luz y tras dos o tres palmadas irónicas nos recuerda que esa música y ese baile ocurren sobre cientos de tumbas. Fue la primera vez –aunque todavía no acababa la época del narco fútbol–, que alguien se atrevió a poner una foto del “Mexicano” y escribir, “ese título fue el primero del reinado de Rodríguez Gacha en el equipo azul (Millonarios)”; o una de Gilberto y Miguel para poner al lado “los nexos entre los Rodríguez Orejuela, el fútbol y el América vienen de años atrás”.
Hoy son secretos a voces, historias que se hicieron leyenda, como dice el propio Araújo. Ayer cuentos de terror que nadie quería contar. Pero alguien se atrevió. A pesar de amenazas y enemistades. El tiempo, único cedazo cierto de los libros, pasó y ahí está Pena máxima para recordarnos de dónde viene este fútbol que se escribe más en páginas judiciales que deportivas. Y también está “Solo para locos”, para que no olvidemos que las buenas historias, sean libros, canciones o columnas de prensa, lo son porque se cuentan con la intención de rebelarse, de buscar la voz propia.