Clásicos del fútbol de escritor

Gambetas en prosa y verso. Literatura de pelota. Dios es redondo, como dijo Juan Villoro. El fútbol, odiado por Borges al punto que programó una conferencia a la misma hora que la final de la Copa Mundo de 1978, ha inspirado a escritores e intelectuales. Albert Camus, el más célebre. O Camilo José Cela, que en 1963 publicó los hoy clásicos “Once cuentos sobre fútbol”, un libro entregado a la metáfora de la pelota, desde el  título. O el gran Roberto Fontanarrosa, quien en 1982 publicó la novela “El área 18”, cuya historia se teje, entre un país imaginario de África, Congodia, y partidos de fútbol. Y un tercer boom del fútbol como asunto narrativo puede ser el fenómeno de 1998 cuando Jorge Valdano, el mismo delantero con gol en la final de un mundial, México 1986, recopiló (y él mismo participó) en un volumen llamado Cuentos de fútbol.

Es creciente la pasión de fútbol por escrito, llevada a libros, biografías, memorias, crónicas, anecdotarios y –qué diría Borges– novelas y cuentos. La imagen para explicarlo sería la camiseta del Barcelona, o del Real o del  Bayer, que es capaz de aparecer en cualquier rincón del mundo. Una moda. Y en la misma vitrina de esa camiseta, el libro del club, o la biografía del momento. En todo caso, y como lo indican los cánones de la literatura, hay que leer a los clásicos. Y a riesgo de la ingratitud que acarrea cualquier antología, aquí dos autores de cuentos, seguramente trampa de la nostalgia para iniciados, introducción para recién llegados al tema.

19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa

Es difícil elegir un solo cuento de un autor canónico en la ficción de fútbol. Pero este cuento, publicado en 1987, en el libro “Nada del otro mundo”, resulta algo así como la obra cumbre de un género. Es la historia de un partido: Rosario Central frente Newell’s Old Boys, en el torneo nacional de 1971. En ese encuentro ocurrió una jugada mítica para los seguidores de Rosario (entre ellos, claro, Fontanarrosa). En el segundo tiempo, y tras un centro de Gonzáles, Aldo Pedro Poy se lanzó en un vuelo de ave libre, venció a un defensa y puso el uno a cero definitivo. Luego, en la final, Rosario fue campeón.

Fontanarrosa hizo de esta historia de la cancha un cuento. El resultado es alucinante. Uno de los mayores logros del autor es la voz y el tono: el partido, y la palomita de Poy, aunque elementos centrales, quedan subordinadas (como ocurre en la literatura) para darle paso a lo trascendental: la pasión, el ambiente en Rosario o en Buenos Aires (el partido se jugó en la cancha de River) y la historia trágica y feliz del viejo Casale, el protagonista.

El penal y Obdulio Varela

Osvaldo Soriano, hincha de San Lorenzo de Almagro –“el Gordo”, le decían sus amigos–, es un escritor que entendió que el fútbol es el escenario, la puesta en escena, de los más diversos dramas humanos. De entre la inmensa lista de sus cuentos, crónicas (y una novela inconclusa sobre el tema) hay dos ejemplos que cualquier lector sobre el tema debe conocer. “El penal más largo del mundo”, un cuento que llegó al cine en 2005 (la cinta homónima es del director Roberto Santiago). Es un relato que ocurre en 1958 en un valle de la Argentina remota. Allí, un quipo tradicionalmente perdedor le da la vuelta al destino y empieza a ganar. Llega a una final y resulta en un partido vibrante que es pospuesto, faltando 20 segundos, por una pelea. Justo cuando se iba a cobrar un tiro penalti. La espera para ese portero resulta un discurso sobre lealtad,  amor y sobre la vida misma.

Y es ineludible, al hablar de Soriano, “El reposo del Centrojás”. Es una, “historia de vida”, como la definió el propio autor, sobre la figura de la final de 1950 –el famoso Maracanazo–: el uruguayo Obdulio Varela. Apareció el 16 de julio de 1972, en el suplemento de cultura del diario “La opinión”, acompañada de una aclaración donde Soriano explicó que la técnica consistía en “escuchar ante un grabador, durante cinco o seis horas (tal vez más) a un hombre o una mujer que reconstruían los mejores (o lo más terribles) momentos de su existencia”.

El resultado es un  relato en primera persona que cumple el mandato general de la literatura, o del periodismo literario: ver más allá. Varela, tras el triunfo ante el equipo local en el Maracaná, en una victoria que el mismo orquestó y logró manejar –en medio de ese infierno de gritería y presión que era la cancha–, terminó el día en los bares con los desdichados brasileños. Del recorrido de esa noche, y tras los años posteriores al título del mundo, a Obdulio le quedó una conclusión escalofriante que le confesó al “Gordo” Soriano: “si ahora tuviera que jugar otra vez esa final, me hago un gol en contra, sí señor. No, no se asombre. Lo único que conseguimos al ganar ese título fue darle lustre a los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol”.

Septiembre 6 de 2013

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