Recuerdo que la conversación era más larga y que la encontré en un libro de la bogotana biblioteca Luis Ángel Arango. Ahora que reviso el archivo para alimentar este blog, veo en las anotaciones que salió publicada en Clarín, que es de 1978 pero de un mes posterior a ese primer título de Argentina , de local, ante Holanda, con la dictadura moviendo hilos en la parte alta de la tramoya. Se trata, valga la aclaración, de un fragmento que le cae de perlas a los consejos de blogueros antiguos en cuanto a la brevedad. De un lado, el que se sentó en el banco para dirigir: César Luis Menotti. Del otro, bueno, el nombre completo basta: Jorge Luis Borges.
Menotti: No quiero que lo tome a mal, pero me llamó la atención leer en los diarios declaraciones suyas respecto a que el fútbol era un deporte de imbéciles.
Borges: Yo nunca dije eso. Lo que yo dije fue que tuvo excesiva importancia un juego que a mí me parece frívolo. Me suena rarísimo escuchar de la gente frases como: “Hemos vencido a Holanda”. No hemos tomado Rotterdam ni Ámsterdam, ninguna cosa patrimonio de ellos. Simplemente, once jugadores, de los cuales uno fue traído expresamente de España, les ganaron a otros once. Entonces pienso: ¿qué importancia puede tener eso? Ya Aristóteles decía que era una metáfora decir que Grecia había vencido a Persia (…)
Menotti: Ya coincidimos en algo. Lo más lindo que dijo fue para darle importancia, puede sonar como sinónimo de no entender el juego. ¿O me equivoco?
Borges: Por supuesto. Supongamos que los jugadores argentinos hubieran resultado derrotados: ¿en qué hubiera incidido sobre nuestro estilo personal? Pienso que la única verdad es esta: todos hablan de fútbol y pocos lo entienden en forma concreta. Entonces hacen de un triunfo o una derrota una cosa de muerte.
Menotti: ¿Qué explicación le puede dar a ese fenómeno?
Borges: Que la gente vive frágilmente y, ayudada por la prensa, la radio y la televisión, quedó como alucinada.