Tantos caminos para recorrer estos más de un siglo. Habrá quien elija su desencanto por la física pura, que lo llevó a los terrenos de la literatura por allá en la mitad de los cuarenta. No faltará quien llene cuartillas citando sus ensayos profundos y bien hechos sobre un tema inaprensible y concreto: la condición humana. Alguien más explicará por qué el número de sus novelas es exactamente tres. Puede que sea necesario solamente mostrar alguno de sus cuadros oscuros y surrealistas, oscuros y conmovedores. Y quizá siempre se hable del edifico de la Compañía T, donde fisgoneaba Juan Pablo Castel; de las montañitas de pasto, los caminos y la estatua de Ceres del Parque Lezama (donde nos parecer ver una y cien veces más vez a Martín y Alejandra); o de la irremediable costumbre de imaginar que somos el “querido y remoto muchacho” al que le escriben cartas.
Tantos caminos para llegar a este Ernesto Sabato que, como en pasaje de ficción, llegó a la puerta del siglo de vida. Recordamos entonces la exactitud de El túnel, novela pionera en el gesto de iniciar por el final: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”, perfecta e irresistible en sus recorridos por las zonas oscuras de la psiquis. Evocamos la dimensión capital de Sobre héroes y tumbas, con sus pasos por entre el amor y la demencia, su viaje al infierno y aquella ruta final al sur que nos devolvió la esperanza. Y volvemos a descifrar los fragmentos de Abadón el exterminador, para reencontrar a Bruno y volver al pasado en un infinito viaje de ida y vuelta.
Que más escritores reciban su posta del valiente Informe del nunca más, que textos como Uno y el universo u Hombre y engranajes sean de lectura obligatoria, y que los del oficio de manipular palabras y frases tengan debajo de la almohada El escritor y sus fantasmas. De allí, de esa maravilla que es diario, memoria y manual del novelista, una cita al azar: “Nada es totalmente novedoso, y así como Aristóteles nace de Platón, aunque sea para (parcialmente) negarlo, así Beethoven nace de Mozart”.
Hablar de su huella imborrable en este continente de escritores es caer en obviedades. Apuntemos apenas que nuestros hijos se llaman como los personajes de sus libros, y que muchos caímos en el lugar común de abrir una de sus novelas con la intención firme de deambular por la Buenos Aires de nuestra vida, hasta encontrar la puerta del descenso al infierno para amar y odiar a los Vidal Olmos de nuestro corazón.