Once aquí, once allá y la idea es ponerla adentro del arco. Bien. Relativamente sencillo. ¿Por qué entonces todo en el fútbol resulta tan complejo? Aparece Juan Villoro con alguno de sus libros y lo complica un poco más. Se dedica a eso. A la reflexión en torno a lo que no podemos explicar muy bien: la comba que contradice la física, el golpe de zurda que se sale de toda lógica, el gol en el último minuto (en el último y no antes: ¿alguien entiende?). Y también se dedica a las dudas de corte nihilista: por qué el árbitro fue humano demasiado humano, como decía Nietzsche, y no vio que –pongamos por caso– Arjen Robben simuló cuando nadie lo tocó. Así es la relación de Villoro con el fútbol. Se dedica, desde hace varias décadas, a buscar en ese mundo de la pelota que, como en la cinta de Moebius, nos lleva de aquí allá para dejarnos en la misma parte.
Y lo hace con postulados de la filosofía, clásicos de la literatura, definiciones de barrio o conclusiones de la sociología. Es decir, lo hace con sus lecturas. Ocurre, por ejemplo, desde la primera página de Balón dividido, su reciente libro sobre fútbol. En el relato, que sirve de prefacio, “Onetti, vendedor de entradas” hace una emocionante reseña de la relación del autor de El Astillero con el fútbol, quien fue el encargado –como el título lo indica– en las taquillas del Estadio Nacional. “Qué es un vendedor de entradas si no un promotor de esperanza? –se pregunta Villoro– Una magnifica ironía hizo que el puesto cayera en un vendedor de derrotas”. Luego cuenta Villoro que el uruguayo recomienda ver Montevideo “desde el mástil del estadio” y confiesa que su libro, que Balón dividido, no existiría “sin los magos del fútbol” –confesión que aplica para otros momentos de su obra– pero tampoco sin el axioma: la realidad mejora por escrito.
Y ese, quizá, uno de los rasgos de Villoro: mejora el fútbol cuando lo hace por escrito. Lo complejiza más al punto de llevarlo a lo que es: una estética, una metáfora de la vida. Lo cierto es que lo narra de todas las formas posibles y en formato más diverso: crónicas, columnas, reflexiones o disertaciones que juntas arman libros. Durante el mundial de 1998 tuvo una columna en La Jornada que llamó con una frase poderosa y suficiente: Dios es redondo. “Es redondo pero bota como le da la gana, nunca sabemos para donde va salir disparada la pelota”. Luego, en 2006, esa metáfora del barroco fue también el título de uno de sus libros más gritados en la tribuna. “La frase es una voz común que viene del cristianismo neoplatónico, convencido de que la esfera expresa el sentido de perfección del Creador”, explica Villoro en el “Calentamiento” de ese libro.
Balón dividido y Dios es redondo se suman a las crónicas de Los once de la tribu (1995), a cientos de textos en diarios y revistas, y forman lo que en suma es una de las más completas poéticas sobre el fútbol que existe en castellano. Una tras otra página en busca de personajes, orígenes, costumbres, conexiones, nostalgias, narraciones y todo tipo de historias en torno a la pelota. Y de emociones. Porque Villoro dice que el fútbol es una de las formas de la emoción “mejor repartidas en el planeta, mejor organizadas, basta pensar que la FIFA tiene más agremiados que la ONU y además le hacen caso”.
R.H. Moreno Durán, amigo cercano de Villoro, decía que un artista siempre es un tema y sus variaciones. Villoro cumple esa máxima y en sus libros sobre el tema los futbolistas son personajes que lo obsesionan y –como en las grandes novelas– van y vienen para ser contados varias veces. El Ronaldo que presentaba en Dios es redondo era “el único futbolista que compite contra sí mismo. Nunca se enterará e que tiene compañeros porque la única jugada que existe para él es el gol” (página 134). Ocho años después, en Balón dividido, lo define nuevamente “En su condición de eje de ataque, descubrió que la soledad puede ser positiva y se transformó en un asocial que solo se comunicaba con las redes” (página 84).
Los lectores saben que Villoro no es solo fútbol: es una de las voces del continente con más extensa bibliografía: novela, cuento, ensayo, teatro, periodismo. Y suele ser uno de esos autores con lecturas de los más remotos mundos. Esa obsesión por lo narrado la llevó al fútbol. Lo que empezó casi por casualidad en la copa de Italia 90, a donde Villoro viajó con 34 años para hacer las “notas de color”, se convirtió en un tiro seco que ya nadie puede parar. “Uno suelta explicaciones por desesperación ante el futbol: cómo explicar que el equipo contrario nos gana sin merecimiento alguno, cómo explicar que Dios nos concede ese gol de último minuto, cómo explicar que el árbitro invalide una jugada legal, cómo explicar que los jugadores mexicanos no sepan chutar penaltis. Todas estas cosas requieren algún tipo de explicación que las dote de sentido. Por desesperación lanzamos frases y algunas de ellas coinciden con lo que sienten otros aficionados”.