Bajo cualquier pacto de lectura, realidad o ficción, Jorge Valdano es un personaje del fútbol literario: En las canchas, cuando fue campeón del mundo con un gol en la final. Fue en México 86. Valdano, titular en aquella selección Argentina mítica, de Maradona, aquel 29 de junio, ante Alemania, inició él mismo un avance en su área (aunque era delantero): luego le quedó a Maradona, quien se la dejó a Héctor Enrique y, a su vez, como Valdano no había parado, la regresó a su dueño inicial: el número 11 –pelo abundante y ensortijado, pasos flacos y muy largos– quedó de frente al arco, después de correr toda la cancha, y la tocó a un costado de derecha, en una jugada de esas que de compleja se ve fácil. Un gol que fue como decir la teoría de Vladímir Propp sobre los cuentos de hadas o el sueño de “todo pibe en el potrero del barrio”, según reza el más cierto de todos los cliché existentes en el fútbol.
Pero Valdano, ya se sabe, quizá intuitivamente en un principio, sabía que la poesía puede rebasar la cancha en concreto. Por eso, dice la historia que con el tiempo se convirtió en leyenda, fue un jugador con libro debajo del brazo. Hay quienes ubican algunos de sus primeros textos en el año en que dejó las canchas (1987). Lo cierto es que su primer libro corresponde a su temprana, y exitosa, carrera como director técnico cuando, al frente del Tenerife, dejó “blanco al Madrid”, como diría años después Joaquín Sabina.
Ese volumen se llama “Sueños de fútbol” y es, además del relato de lo que ocurrió en el banco del Tenerife, el primer contacto en serio de Valdano con la narrativa de pelota: le encontró la vuelta a contar a partir lo que ocurre en el juego, la poética de las complejidades humanas que quedan en escena al tiempo con un partido de fútbol. El problema era que el tema no le interesaba a las editoriales. Era 1995 y los lectores de narrativa de fútbol ya conocían –por ejemplo– el libro de Camilo José Cela, “Once cuentos de fútbol” (1963), o los grandes relatos de Ardizzone, o los cuentos memorables de Soriano o Fontanarrosa. Pero esos textos circulaban gracias a revistas, exclusivamente en los países de origen, y casi que de mano en mano entre aficionados.
Valdano descifró de inmediato ese ambiente. “Me ofendía mucho que los intelectuales no se animaran a escribir de fútbol. Había una resistencia editorial”. Y tuvo una idea que, al paso de las semanas, se convirtió en uno de los mejores volúmenes de literatura y fútbol que existe. “Se me ocurrió mandarles una carta a una cantidad de autores que nunca habían reflexionado sobre fútbol –dice Valdano–. Mandé 50 cartas pensando que 20 me contestarían. Si no me contestaron los 50, fueron 48”.
Así recopiló y editó el primer volumen de “Cuentos del fútbol”. Y fueron tantas las cartas contestadas que, meses después, apareció el segundo. Si el cuento era la “cancha favorita” de la literatura para abordar el fútbol, Valdano lo puso a jugar de local y, lo que hasta esa fecha no había sido posible, ocurrió: éxito en ventas. “Y se vendieron. Y eso rompió la inhibición de las editoriales: hay más cuentos que novelas pero ya se escribe mucha ficción sobre fútbol”.
Los “Cuentos” son dos volúmenes que siempre deben estar en el mejor anaquel de los que aman el fútbol por escrito. Hacen parte de “el equipo ideal” de todos los tiempos, en cualquier antología de gambetas en prosa y verso. En esos libros están los ejemplos necesarios. Desde los clásicos, como Eduardo Galeano o Roberto Fontanarrosa; las que en ese momento eran las voces sonantes del tema, como Juan Villoro; y varias “rarezas”, autores cuyo cuento sobre fútbol era gran acontecimiento para lectores y aficionados: Augusto Roa Bastos, Juan Ramón Ribeyro, Manuel Vecent o Rosa Regás.
Ahora que Valdano ya jugó y ganó ese partido, es difícil comprender cómo el deporte que convoca a millones ante televisores estaba lejos de las librerías. “Era imposible hablar de fútbol porque provocaba muchas emociones –recuerda Valdano–, porque era un territorio puramente pasional. Pero la literatura, desde el principio de los tiempos, no ha hecho sino hablar del amor”.
Después de los cuentos apareció el volumen “Los cuadernos de Valdano”, una antología de columnas, comentarios y reflexiones entre 1996 y 1997 (se publicó como un gran previo al mundial de Francia). De ahí en adelante fue inevitable llamarlo el filósofo del fútbol y las editoriales empezaron a peleárselo: libros sobre miedo escénico, prólogos en manuales de táctica y una larga bibliografía en las revistas y diarios.
En un camino que partió en los “Cuentos” y los “Cuadernos”. Tras esos libros de Valdano se puede afirmar que el tema “se puso de moda”. Los libros de fútbol (ficción incluida) empezaron a tener relevancia en las librerías y colecciones editoriales. “En lo que llevamos de siglo XXI se han escrito más libros de fútbol que en toda la historia del siglo XX. Y a través de los libros el fútbol reivindica que no es un asunto exclusivamente físico y muscular”. La aversión de algunos intelectuales, en especial, Jorge Luis Borges, parece derrotada por goleada.
Hoy, cuando ya es futbolista, director técnico y dirigente retirado, le encontró una nueva vuelta de tuerca a la narrativa sobre el fútbol. De la ficción, cuyos mensajes y construcciones pueden son veladas o quizá metafóricas, pasó a los libros que teorizan puntualmente sobre valores implícitos en la cancha: liderazgo, trabajo en equipo, pasión, talento, humildad. Su reciente “Los 11 poderes del líder” es el tipo de publicación que odiaría cualquier amante de la literatura pero Valdano, de avances en el área contraria, no deja de sorprender.
Cada caso que plantea, en once capítulos, está desarrollado a través del fútbol: con vivencias del camerino y la cancha. Sus postulados –es fácil imaginarlo como el técnico en la intimidad del camerino– lo llevan a plantearse asuntos que para algunos hinchas serían irreductibles: ¿cómo sería Argentina y el fútbol si Diego Maradona saca del error al árbitro, luego del gol con “la mano de Dios”? Valdano y sus historias de fútbol, recomendables, hasta en compañías y oficinas de gerentes.