Soriano, el balón, el amor

Son tantas historias que no caben en libros y páginas de periódicos. Están las que pasan de voz a voz mitos entre hinchas, como aquella memorable del 15 de agosto de 1981 cuando lejos, en el destierro al que lo sometió la dictadura, pagó un dinero aún no calculado por una llamada telefónica de larga distancia. Necesitaba oír –con la ayuda de un amigo que, al otro lado, en Argentina, le puso la bocina al radio– cómo el San Lorenzo de sus amores peleaba por no irse al descenso. La historia tiene final de terror pues ese día, ante Argentinos Juniors en la cancha de Ferro Carril Oeste, San Lorenzo no pudo. Como en un cuento escrito por el propio Osvaldo Soriano, con el empate se salvaba pero el partido terminó 2-1 en su contra, con penalti dilapidado, la amargura infinita, el equipo –por primera vez en 74 años de existencia–, en una categoría inferior, y con Soriano, al otro lado del teléfono, triste solitario y final.

Y están las historias que quedaron por escrito. Hacer una lista sería ir de hemeroteca en hemeroteca en Buenos Aires  para revisar cada punto y coma de este hombre que un día de 1969, cuando tenía 26 años, llegó de Tandil, sin que nadie lo invitara, a la redacción de la revista Primera Plana. Ahí consolidó su poética, una de las más sólidas del periodismo narrativo y cuyo valor es que encuentra –más que un tema– personajes con historias. Y a veces ocurre que los personajes son futbolistas. Decíamos que así llegó al periodismo de Buenos Aires: simplemente entró y se sentó. El que pasaba por allí creyó que era un empelado más y le encargó una nota. Luego otra y otra. Y después pasó al diario La Opinión o a Panorama. El zumo de esa época de oro apareció luego en Artistas, locos y criminales (de 1986), el libro que muestra al Soriano en su máxima expresión periodística.

Allí están las notas sobre Laurel y Hardy (que también son tema de su primera novela), la asombrosa y maravillosa crónica sobre Gatica o su celebrado texto sobre el caso del asesino en serie Carlos Eduardo Robledo Puch. Y está el fútbol, claro. Porque ese volumen incluye uno de los mejores textos sobre fútbol que se ha escrito en el continente. Se llama “El reposo del centrojás” y es una entrevista a Obdulio Varela, el jugador uruguayo protagonista del Maracanazo. Apareció en el suplemento de cultura del diario La Opinión el 16 de julio de 1972.

Se trata de una narración en primera persona donde, además de desentrañar lo que ocurrió en aquella mítica final de 1950, Valera se revela como un héroe caído en la adversidad del arrepentimiento. El mítico uruguayo fue quien en ese partido pudo poner a favor de su equipo el infierno del Maracaná. Nos aplauden a nosotros, les dijo a sus compañeros cuando entonaban los himnos. Minutos después, gol de Brasil. Y Obdulio tomó el balón y caminó tranquilo para desesperar al monstruo. “Es que el jugador tiene que ser como el artista: dominar el escenario”. Varela le contó a Soriano, paso a paso, cómo a fuerza de su presión sicológica el desespero de las tribunas se trasladó a los jugadores brasileños y se convirtió en valentía en los uruguayos. Uno para el local, dos para el visitante al final.

Pero es héroe caído en la adversidad porque, le confesó a Soriano, después del partido se fue a los bares cerca del Maracaná, se abrazó a los que lloraban, les confesó con valentía quién era y nació una certidumbre que confirmó años después, retirado de las canchas y refugiado en el olvido: si lo volviera a jugar, no ganaría ese partido. “Lo único que conseguimos al ganar ese título fue darle lustre a los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Ellos se hicieron entregar medallas de oro y a los jugadores les dieron unas de plata”. Ese testimonio, apenas un par de páginas de periódico, resultan una de las más contundentes y literarias novelas que se han escritor sobre fútbol. Porque Soriano era, sin metáforas en el medio, cercano a la literatura. Y cualquier asunto en torno al juego de pelota solía ser su materia prima.

De entre sus cuentos resulta imprescindible “El penal más largo del mundo” que, como dice en sus primeras líneas, ocurre en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina. Cuenta lo que tantas veces ha pasado en potreros, parques y estadios de fútbol. En un momento decisivo del partido, cuando apenas faltan unos minutos, penalti a favor del equipo fuerte y favorito: en este caso, el Deportivo Belgrano. Su rival, la Estrella Polar, el club sin historia, tradicionalmente perdedor, pero con la puerta de la inmortalidad en frente: el penal que puede cambiar su rumbo. Una pelea hace que el cobro se posponga varios días y entonces el cuento desborda el fútbol y se convierte en un relato sobre el oportunismo, las promesas sin cumplir y el héroe: para el caso, el portero del Estrella Polar, llamado el Gato Díaz.  Al final, y tras la larga espera, se cobra el penalti. Gana el débil y el fútbol vuelve a ser una metáfora de la vida. David le ganó a Goliat.

Las historias de fútbol son en Soriano una contundente manera de mirar y entender la vida. Otro ejemplo está en el famoso libro de Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra. Allí aparece publicada una carta que Soriano le envió con el relato de un día que caminaba, junto a José Sanfilippo, por un almacén Carrefour, construido donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. “Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: “Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca”. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: “Fue el gol más rápido de la historia””.

Sanfilippo narra con tal detalle que se mueve por entre productos de mercado para describir las jugadas. “‘La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz (…) La dejé picar y ¡Plum!”. Sanfilippo lanza entonces fuerte de zurda, pateando una bola imaginaria y luego levantó los brazos para festejar. El cierre de la carta de Soriano es sobrecogedor: “Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo”.

Soriano murió el 29 de enero de 1997 todavía con muchas historias de fútbol por contar. La muerte le llegó justo cuando trabajaba en una novela sobre fútbol: “La historia del Míster Peregrino Fernández”. Fue primero un cuento. Es la historia de un técnico que –según Soriano– dirigió en el Deportivo Cali y cuyo rasgo principal era sus amplio abanico de recursos: ponía, por ejemplo, en un descuido del árbitro, a doce jugadores en el campo. El libro (o mejor el fragmento que alcanzó a escribir) apareció luego publicado junto a algunas de sus memorables columnas y crónicas de fútbol. Apenas algunas pues, con Soriano, son tantas historias que no caben en libros y páginas de periódicos.

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