Ernesto Sabato amaba el fútbol. Lo declaró abiertamente en una entrevista con la revista El Gráfico en 1998. El periodista Eduardo Verona visitó al escritor en su casa de Santos Lugares y el autor de varias de las novelas más trascendentales sobre la condición humana, habló abiertamente –quizá por única vez– de su amor por la pelota. Dijo que el fútbol era una de sus debilidades porque es una pasión y que lo suyo con las canchas, en los años de la juventud, fue nada menos que un delirio. “Porque basta con ver un buen partido para apreciar la belleza de este deporte. Hay momentos del fútbol que se asemejan a pasos de ballet por la armonía de los movimientos, por la sensibilidad y por el ritmo”.
Luego Sabato confesó que fue jugador. “Muy violento”, le dijo a Verona. Y le contó también que jugó en Estudiantes, uno de los equipos de la ciudad donde vivió y estudió: La Plata. En el equipo le decían “El rompecanillas”. “Pero no le digo esto como una virtud. De ninguna manera. Era un gran defecto. Mi puesto era back derecho”. La entrevista está contada con ese modo propio, que un lector de la revista El Gráfico podría identificar. Verona camina por la casa de Sabato, describe la camisa escocesa del escritor, el patio de atrás o un perro que pasó, y suelta las preguntas y respuestas en el momento justo. De pronto, le muestra a Sabato una camiseta roja y blanca de Estudiantes. El escritor cae en una trampa de la nostalgia. “¡Qué lindos colores, qué lindos que son, por favor!”.
Pero Sabato no se quedó en el amor por la camisita: jugó a su modo como profesional y llevó el amor por el fútbol a una de sus novelas. Ocurre en Sobre héroes y tumbas, quizá su obra cumbre. Son dos escenas conmovedoras –contadas en igual número de apartados del capítulo 1–, donde varios personajes del Buenos Aires popular, que hablan en un tono a medio camino entre el castellano, la poesía y el lunfardo, conversan sobre el club Boca Juniors. Ocurre que Bucich lleva a Martín (ese muchacho que tanto queremos) a la pizzería de Chichín, “pizza faina despacho de bebidas”.
Brindan. Y, muy argentinos, debaten en torno a la pelota. “Este pibe e un amigo. Mucho gusto, el gusto e mío, dijo Chichín, que tenía gorra y tiradores colorados sobre camisa tornasol”. Martín mira una foto de Gardel –en frac, sonríe “la sonrisa medio de costado de muchacho pierna pero capaz de gauchadas”, escribe el maestro Sabato–, y piensa en su viaje al sur que solo concretará al final de la novela. Y luego ve una foto del jugador Américo Tesorieri, “de gorra, apoyado contra el arco” y varios afiches de Boca con la palabra Campeones.
Sobre héroes y tumbas es una de las novelas que mejor logra, en este continente, el gesto literario conocido como “el descenso a los infiernos”. Su capítulo central, el “Informe sobre ciegos” es una compleja novela adentro de la otra novela. Y es también la gran metáfora de las ciudades con vísceras. La narración y los detalles que entrega Sabato del hades que atraviesa su personaje Fernando Vidal Olmos hacen de esta narración uno los momentos más lúcidos de la literatura en castellano. ¿Por qué, entonces, los personajes del libro que explora las profundidades de la psiquis también hablan y se preocupan por el fútbol? Boca Juniors y la pizzería quizá cumplen el papel de metáfora, de explicación en la voz popular, de la vida y el hombre moderno.
La escena sigue y gana en complejidad poética: Bucich, Chichín, y un nuevo contertulio que recién se suma: Humberto J. D’Arcángelo, siguen hablado de Boca. Pero hay otras voces que intervienen: a Martín, por ejemplo, “le hablan” los afiches de la pared y su voz interior, que vuelve a gritar los duros reclamos de su madre. Algunas páginas más adelante Martín regresa a la pizzería, vuelve con los veteranos de periódico enrollado debajo del brazo. El tema –claro está– otra vez es el fútbol. Y quienes hablan lo hacen bajo los mismos parámetros de los hinchas de hoy: transferencias, cotización de los futbolistas y un ritual entre aficionados que consiste en repetir las alineaciones de memoria:
“Decí cómo formó el equipo que ganó la copa a lo que el otro respondió, después de permanecer un momento en suspenso, con los ojos cerrados y la cabeza levantada hacia el techo. Ortega, Busso, Tesorieri. López, Canaveri, Cortella, Elli, Bozzo, Calomino, Miranda y Martín volviendo en seguida a su tarea, mientras Tito comentaba esato. ¡Qué equipo, pibe! El gran Tesorieri. Nunca hubo ni volverá a haber eh, un arquero como Américo Tesorieri. Te lo dice Humberto J. D’Arcángelo, que ha visto fóbal del grande arreglándose la corbata y mirando hacia la calle Pinzón con indignación”.
Hablan de Tesorieri, de “la célebre Chancha Seoane, que fue el puntal de lo Diablo Rojo por varía temporada” y de Domingo Tarasconi, “el gran Tarasca fue uno de lo grande escore del fóbal amateur”. Luego D’Arcángelo reproduce una escena dentro de un campo de juego, que resulta una decidida declaración de principios: “la Chancha le decía a Lalín: crúzamela, viejo, que entro y hago gol. Empieza el segundo jastáin, Lalín se la cruza, en efeto, y el negro la agarra, entra y hace gol, tal como se lo había dicho. Volvió Seoane con lo brazo abierto, corriendo hacia Lalín, gritándole: viste. Lalín, viste, y Lalín contestó si pero yo no me divierto. Ahí tené, si se quiere, todo el problema del fóbal criollo”.
Sabato, que no dudaba en comprometerse en causas, fue militante de uno de “los problemas del fóbal criollo” cuando en 1994, después del mundial de Estados Unidos, le envió una carta a Maradona sobre el episodio del doping. Del tema habla en la entrevista con Verona: “una carta cariñosa pero fuerte, en la que intenté llamarle la atención. Y él se portó muy bien conmigo. Me respondió con mucho afecto”. Y al final de la charla, el periodista pone Sabato a dar cuenta de un tema capital, en asuntos de literatura y pelota: los intelectuales que ironizan el fútbol, como Jorge Luis Borges, ¿realmente lo entienden? La respuesta de Sabato es para cerrar cualquier discusión: “de Borges hay que quedarse con su costado positivo”.